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Siatodo

Crítica



'Sí, a todo': la fuerza del teatro


Sí, a todo es una obra escrita y dirigida por Antonio Álamo en el que el actor Abel Mora nos cuenta una dura peripecia vital. Esa dureza, que podría haber dado para una obra lacrimógena y desesperanzada, se convierte por el talento y la valentía de ambos en un canto a la vida a pesar de todo; mejor, como reza su título, es un canto a la vida entera, aceptándola tal cual es, con sus milagros y sus horrores: “sí, a todo”. La propuesta escénica pone en el centro el trabajo del propio intérprete y la palabra. A partir de ellas, y de un ritmo maravilloso (el ritmo es el cambio de ritmo, no la velocidad) nos sumerge en un trance de los más difíciles que pueda vivir un ser humano, la enfermedad y el horizonte cercano de la muerte, vividos en carne propia por el actor. Y con la intimidad que solo la escena puede regalarnos, Mora nos cuenta esa historia a cada uno de nosotros, no a todos, sino a cada uno. Sin embargo, no dejamos de estar todos juntos reviviéndola, y ese latir de lo colectivo amplifica el valor de la propuesta (en la doble acepción de la palabra) y nos reconcilia con la vida mirando a la muerte cara a cara. Como digo, esa es una fuerza que tiene el teatro y nadie puede competir con ella.


Una cortina al fondo, pegada al foro, un manojo de sillas que Abel va moviendo, un micrófono y un reloj de arena dibujado con tiza en el suelo son los únicos elementos escénicos. Además de Abel, en escena aparece Maca Rey en un magnífico trabajo que despliega todo el espacio sonoro y canciones en directo y, aún más, comparte por momentos la función de contadora con el protagonista, en un rol entre onírico y metafórico (es la enfermera, pero también la muerte y es, sobre todo, corifeo sin coro).


La función es un pequeño milagro de verdad gracias a un actor en estado de gracia, capaz de pasar del gag afilado (enorme la canción del cigarrito) a la emoción desnuda y sin subrayados. Esto, que es difícil siempre en la escena, lo es doblemente al tratarse de un material tan personal. Pero actor, texto y dirección siempre escapan del peligro de lo sentimental. Oscar Wilde decía que “un sentimental es alguien que desea disfrutar del lujo de una emoción sin tener que pagar por ello”. No hay nada ni nadie sentimental en Sí, a todo, y eso lo hace crecer hasta convertirse en un ejercicio teatral de gran altura que, sin pedanterías ni hermetismos, señala a algunos de los grandes temas a los que inevitablemente debe mirar el hombre (y la mujer): la evidencia de que la muerte y la enfermedad existen, que estamos aquí de paso. La obra es teatro popular en el mejor sentido del término y, al tiempo, contiene una altura de pensamiento que ya quisieran para sí muchas piezas más supuestamente intelectuales. Para ello, Álamo, generoso, asume desaparecer en gran medida como autor, para darnos la ilusión de que el relato surge con espontaneidad. Nada menos espontáneo que conseguir esa espontaneidad, nada mejor escrito que aquello que pareciera que no lo ha sido.



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